(Por Miguel Andrés,
actor y profesor del IES
Florencio Pintado)
El grupo de teatro “La
tarima Alto Guadiato” ya es un elemento más de la localidad de
Peñarroya-Pueblonuevo, como la estatua del Terrible o el Peñón.
Nos juntamos gente de todas las edades, desde alumnado de instituto a
personas que ya se han jubilado, somos como una gran familia en la
que la matriarca es una magnífica directora llamada MªÁngeles
Pozuelo.
Varias obras han sido
puestas en escena por este grupo, desde clásicos como Las
Troyanas a comedias simples como Fuera de Quicio. En todas
ellas ponemos todo nuestro trabajo y nuestro corazón para lograr que
el público disfrute, el aplauso es el único pago que recibimos por
esta actividad, pero compensa más que un sueldo.
Desde el año pasado
hemos estado ensayando la obra de Lorca Bodas de sangre, una
historia con fuerza que exige un gran montaje y a un número
elevadísimo de actores y actrices en escena. En este tiempo hemos
sufrido muchos contratiempos porque, al no ser profesionales, hemos
tenido que cambiar a los que interpretaban algunos de los papeles
importantes porque habían surgido problemas personales (hubo gente
que se fue a trabajar fuera o que no pudo seguir ensayando por
motivos familiares). A veces las dificultades se resolvieron solas
porque hubo gente que, simplemente, apareció por nuestra sede y se
metió en el papel.
Todos nos estuvimos
esforzando durante meses y por eso todo salió bien.
Cuando
llegamos al fin de semana en que íbamos a representarla tuvimos que
montar el escenario; fue duro, pero no tanto como esperar a que se
abriera el telón. Unos paseábamos repasando con el libreto, otros
comían para calmar la ansiedad y no faltaba quien se quitaba y se
ponía una prenda de forma compulsiva, para olvidar que el público
nos esperaba.
Por fin, el viernes se
abrió el telón y la obra comenzó, el novio y su madre discutían
porque él quería llevar su navaja encima. Era una escena en la que
la tensión aún no había subido al escenario. Poco a poco el
público fue descubriendo los entresijos de la historia y empatizando
con algunos de los personajes. Entre bambalinas solo se escuchaba una
frase: “todo está saliendo bien”.
La emoción subió al
escenario cuando cerca de veinte personas representaron una boda en
la que se cantaba y bailaba (debo decir con orgullo que las voces de
algunas de nuestras actrices son dignas de un musical de la Gran Vía
madrileña). Era una de las escenas más difíciles porque, aunque
nuestra directora había dado mil veces las indicaciones, todo tenía
que funcionar como un reloj suizo para que el público quedase
impresionado.
Tras los dos descansos
-uno amenizado con un típico baile andaluz y otro, por la canción
Los cuatro muleros interpretada en directo-, apareció un
bosque en escena, con árboles, hojas en el suelo y niebla… el
efecto visual hipnotizó al público para guiarle hacia el final de
la obra, lleno de emoción y de lágrimas. La materialización de La
Luna y de La Muerte, tan propias de Lorca, dejaron a más de uno con
la boca abierta. Más tarde aparecieron en escena las más jóvenes
del grupo, las adolescentes a las que llamamos, con cariño, “las
niñas”. Parecía que llevaban haciendo teatro desde la cuna,
estuvieron perfectas. Si La Luna había fascinado con su voz, una de
estas “niñas” también llenó el teatro con su canción. Todo
era el prólogo para una escena final sobrecogedora.
Todos acabamos contentos,
pero sin saber aún que el “boca a boca” lograría algo que nunca
había conseguido el teatro en esta localidad, colgar el cartel de
“no hay entradas” tanto el sábado como el domingo. Toda esa
gente nos aplaudió, puesta en pie, haciendo que todos muramos por
seguir interpretando esta y otras obras, para conmover, hacer reír,
hacer llorar… en fin, para lograr que nuestro público se sienta
vivo.
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