jueves, 14 de abril de 2016

Importancia de la educación y del maestro (Fragmento de la Ponencia de Jerónimo López).



Importancia de la educación y del maestro.
Viejos maestros peñarriblenses
en el recuerdo.
Por Jerónimo López Mohedano
Maestro y Cronista Oficial de Peñarroya-Pueblonuevo.

Señoras, señores:

Hace años escuché en un programa de radio a un maestro sudamericano que contaba su participación en un curso para estandarizar la educación mediante la preparación de una suerte de maestros automáticos, con una novedosa formación que les permitiera enseñar cualquier materia a cualquier nivel entregándoseles un programa y con el entrenamiento recibido desarrollarían un curso standard. Serían el paso previo antes de la introducción en las aulas de máquinas de enseñar, de los robots educativos.
Lo que me llevó a recordar al ordenador perfecto imaginado por Arthur C. Clarke, el escritor norteamericano, para su novela “2001: una odisea del espacio”. La computadora HAL 9000, encargada de supervisar las funciones vitales de la nave Discovery y con un único objetivo: conseguir el éxito de la misión. Era un cerebro artificial educado como a un niño, pero de una manera mucho más rápida y precisa, puesto que sus circuitos no pueden equivocarse en los cálculos, programado para hablar y expresarse y al que se le supone capacidad de sentir. Cuando tiene que enfrentarse a contradicciones morales plenamente humanas, como es la necesidad de elección entre su propia existencia y el éxito de misión, la máquina pierde el control sobre sí misma y se comporta tan neuróticamente como lo haría una persona, perdiendo así ese valor de perfección que se le otorgaba.
Aunque no me atreva a negar categóricamente la posibilidad de que una computadora pueda, en un futuro más o menos lejano, llegar a poseer una identidad y sentimientos que puedan habilitarla como maestra -es bien sabido “que hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad” como cantaba el pícaro D. Hilarión en uno de los pasajes de la zarzuela “La verbena de la Paloma”- ahí queda esa puerta abierta.

Así, pues no me extrañó el reconocimiento del fracaso del intento y de los posteriores realizados, que siguiendo en los terrenos de ciencia-ficción solo podrían ser exitosos en el caso de la implantación de un chip de conocimiento compatible con la humanidad del portador, esto es, en el caso de la creación de una especie de ciborg o híbrido entre hombre y máquina que aunase las ventajas de ambos componentes-. Creo que incluso aunque llegase un día en el que la inteligencia artificial robótica alcanzase complejidades similares a las del cerebro humano las máquinas servirían para instruir y supervisar la adquisición de conocimientos y destrezas, pero no para educar con el sentido que entendemos esta palabra pues la educación es fundamentalmente un proceso de socialización, es la influencia consciente y ordenada ejercida sobre otras personas para formarlas y desarrollarlas transmitiendo la cultura dominante, pero sin cerrarla a la natural evolución de la sociedad.
La educación es un arma poderosa y transformadora –el otro nombre de la libertad, en expresión del actual Presidente de la República Dominicana Danilo Medina- si se ejerce por auténticos educadores, por personas que tienen algo de iluminados, de poseídos por un alto sentido de la vida y de la sociedad que los hace capaces de desempeñar no solo un oficio sino una vocación desde la que realizar el misterio de la trasmisión del pensamiento, de la sabiduría, de la experiencia que permitirá la evolución del discente desde la ignorancia al conocimiento. Las manos del maestro trabajan el material más delicado, el más puro, el más bello y, a la vez, el más quebradizo: el de la misma persona como ser social y libre.
Cuando se quiere educar de una manera eficiente, hay que tener en cuenta que lo hacemos desde la persona que es el docente, que se enseña más con el ejemplo que con lo que se dice, que hay que ayudar al alumno a construir pilares educativos basados en valores éticos y morales generadores del respeto y la confianza mutuos, pero que les permita dotarse de un espíritu crítico con el que ser capaces de opinar y decidir de una manera participativa en los asuntos que afectan a la vida en una sociedad democrática como es la que vivimos. Que hay que ayudarles a crear unos hábitos de orden y de estudio que les permitan forjar un carácter sólido y disciplinado. Que es fundamental desarrollar en el discente la autoestima, pues en su vida le ayudará a superar las situaciones de frustración o riesgo proporcionándole seguridad personal en sus relaciones con los demás, de ahí la gran importancia del docente en la educación.


Por esto el proceso educativo es un encuentro vital mutuamente influyente, dinámico y afectivo entre maestro y alumno que necesariamente produce un cambio en los dos. El docente no es sólo un técnico y mucho menos un simple funcionario, pues la enseñanza es una práctica de comunicación e intercambio social cuya función no queda encerrada y finaliza entre los muros del centro educativo, una función que necesita del intercambio vital que se produce con el conocimiento de las familias -y el respeto hacia su labor-, con la contribución organizada y cooperadora de todo el barrio o el municipio, puesto que la escuela ha de ser el centro de una comunidad de aprendizaje de la que los docentes son el elemento clave, pues son ellos, y no las leyes, los que realmente propician los cambios, son ellos los que hacen las reformas educativas reales, no los llamados expertos y políticos de las LGE, LOECES, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE y LOMCE que tan interesada como oportunistamente se han promulgado casi con cada cambio de gobierno ignorando el sentido de Estado que debería mantener la Educación Pública y los intereses del país.
Siendo realista, aunque la enseñanza sea uno de los motores del cambio y del progreso social, estos no son solo una cuestión de iniciativa, esfuerzo, tiempo y voluntarismo individuales por parte de los docentes, sino que también requieren saber cómo hacerlo y cuál es el resultado esperado. Y eso es algo difícil de establecer en solitario por lo que, sin duda, necesitará para conseguir la mayor efectividad del concurso de otros muchos condicionantes favorables como pueden ser la existencia de una visión compartida, la acción de un grupo comprometido o la presencia de recursos y conocimientos adecuados que ofrezcan herramientas y criterios capaces de transformar las aulas, y con ellas a los futuros ciudadanos críticos y preparados para evolucionar con sus tiempos, superando la habitual cultura escolar tan tendente a la inmovilidad.
Hay que confiar en los maestros y profesores como educadores genuinos y demandarles la mejor formación profesional, que tengan un nivel cultural bastante alto, que sean honestos y ganen un sueldo digno de la gran función que la colectividad les encomienda de tal manera que nadie, llámese Estado, municipio o sociedad, pueda despojarles de su dignidad.
Por esto resulta triste saber que el Tribunal Supremo ha ratificado en estos primeros días de marzo la constitucionalidad de los recortes que han llevado a cabo los últimos gobiernos en Educación nos solo en infraestructuras como edificios y otras instalaciones, sino en la inclusión de nuevas tecnologías, aumento de la ratio en el aula, en el reciclado profesoral y en su renovación generacional desde años atrás, ignorando deliberadamente que las inversiones en Educación y en Sanidad son siempre las más rentables a medio y largo plazo, aunque no den unos réditos electorales inmediatos, recortes por los que vamos a pagar a un alto precio en un futuro, pues siempre es más difícil reconstruir que derribar un edificio. Lo que me lleva a recordar ese desesperanzador “España es así” y quiero referir entre nuestros antecedentes históricos un par de anécdotas significativas de este país que sin justificarlo pueden a ayudar a entenderlo:
El 10 de febrero de 1623 el rey Felipe Cuarto, en el contexto de la crisis que vivía el Imperio español, ordenaba el cierre de las Escuelas de Gramática en los pueblos de más de 300 habitantes porque “Hay que quitar a la gente plebeya la ocasión de valer por medio de las letras”. En estas escuelas se continuaban las enseñanzas de las de “latinidad”, solo para varones de 8 a 9 años, (y en las que se prohibió la asistencia a los expósitos, desamparados o huérfanos) y se terminaban a los 17 años tras lo que se podía seguir estudios en la Universidad. Con estas medidas, que debían afectar a unas cuatro mil escuelas y que la falta de recursos y la caótica administración de los Austrias no fue capaz de llevar a cabo completamente, se pretendía disponer de mano de obra abundante y barata para atender actividades productivas como la agricultura, la ganadería o las manufacturas y a las necesidades de la marinería. La enseñanza en España, que era similar a la de la Europa de su tiempo, perderá el paso y explicará su retraso en el inmediato siglo de la Ilustración.
La anécdota positiva no va ser el muy conocido y estudiado intento de regeneración y dignificación de la enseñanza llevado a cabo por la Segunda República en los años treinta del pasado siglo, sino uno casi tan efímero y mucho más desconocido, el primero que sentaría las bases de la educación pública en España organizando la formación de los maestros con un sistema de escuelas primarias, de liceos preparatorios para la universidad y de ateneos donde se debía preparar la población adulta, un sistema en el que se ordenaba que tanto los niños como las niñas estudiaran en igualdad de condiciones las mismas materias. Y para sacar adelante estas avanzadas reformas además de ilusiones se pusieron recursos durante los difíciles siete años que duró. Sus autores, los afrancesados ministros del denostado José I, el rey Intruso. Sus bondades fueron recogidas en el artículo noveno sobre la Instrucción Pública de la Constitución de Cádiz de 1812, aunque excluyendo a las niñas, pero duraron el tiempo que el rey felón, Fernando VII, tardó en utilizar el Manifiesto de los Persas a su nefasto regreso al trono en1814 para restaurar el absolutismo.
Y es que vivimos en una sociedad que al par que se iba desarrollando en poder económico, antes de que el estallido de la burbuja económica nos devolviera a una imagen más real de la que nos habíamos forjado tan ilusoriamente, ha ido perdiendo sus referentes éticos, devaluando valores fundamentales y cediendo ante los efímeros. Lo importante no es el ser, es el consumir y el parecer. Los docentes han dejado de ser figuras públicas en sus comunidades o fuera de ellas, a pesar de su importancia como agentes sociales formadores y de cultura. Se han replegado en general sobre sí mismos, sobre sus centros y han cedido su voz en unos medios de comunicación en los que solo se oye lo fugaz a políticos y expertos interesados.
Muy lejos quedan aquellos tiempos en los que un padre como Bashir, aquel paquistaní jefe de la pequeña comunidad establecida en Peñarroya-Pueblonuevo en los años setenta tras la guerra indo-paquistaní, llegaba a la escuela y te decía casi con unción a propósito de la educación de su hija:
  • Usted es su padre en el colegio. Lo que haga será como si yo lo hiciera.
Revelaba el respeto y la consideración que este hombre y su cultura tenían por la labor del docente. No se piden estos actos de fe, pero sí sería bueno buscar un contexto ajustado a este tiempo del siglo XXI que permitan un fructífero entendimiento entre la familia y los maestros, capaz de reconocer la dura, la difícil labor docente y permita una la dignificación real de estos, tan necesaria en nuestra sociedad no solo por él mismo, sino para el alumno que sigue necesitando de disponer de otros referentes más fiables para su desarrollo personal y social que los que les ofrecen los triunfadores efímeros en las redes sociales o en la televisión.
Porque la huella que han dejado los docentes apenas se percibe, pues se va desvaneciendo con el recuerdo de quienes un día fueron sus alumnos o de quienes los conocieron que, cuando desaparecen hacen que se extingan sus legados, si alguien interesado no los ha preservado. Se trata pues, de una suerte de memoria inmaterial que es más fácil de salvaguardar cuando los docentes también han destacado en otras actividades públicas o sociales como la política, la literaria o a la investigación, actividades que siempre desarrollaron de una manera paralela a su labor en las aulas.

Basta mirar la escuálida presencia de docentes en el callejero peñarriblense para hacerse una idea de su consideración social en la vida ciudadana: la dedicada a D. Aurelio Sánchez, como el primer maestro de la Villa de Pueblonuevo del Terrible, llegado a la aldea en la segunda mitad del siglo XIX y jubilado forzosamente al cumplir los setenta años, a pesar de sus vanos intentos por evitarlo, en el verano de 1914. Su nombre también lo lleva el primero de los dos modernos grupos escolares que se hicieron en Peñarroya-Pueblonuevo durante la Dictadura de Primo de Rivera. El “Maestro José Torrellas”, a iniciativa de un alcalde que fuera alumno suyo, en recuerdo a este competente profesional cordobés llegado en tiempos republicanos maestro nacional, y de bachilleres y estudiantes de magisterio en la prestigiosa Academia Cervantes. Por último la avenida “Profesor Navarro Rincón”, homenaje al maestro burgalés reconvertido en profesor del Instituto de Enseñanza Media “Alto Guadiato” y último alcalde de la dictadura, llegado a estas tierras en los años sesenta. Caso distinto, es el nombre del IES “Florencio Pintado”, en reconocimiento de este profesor licenciado en Químicas y matemático, padre de 10 hijos, que desarrolló su ingente labor en las academias “Santo Tomás de Aquino” y “Cervantes”, además de la entonces Escuela del Trabajo, en la que desde la dirección transformó en la nueva Escuela de Formación Profesional, que es actualmente el segundo de los institutos de enseñanza secundaria peñarriblenses. Nombrado Coordinador provincial de Formación Profesional en los años 70, su prestigio como docente y organizador, y la excelencia de la labor llevada a cabo en Córdoba hizo que fuera el único de cincuenta coordinadores existentes en España que se mantuviera en su cargo al llegar al gobierno la UCD en 1978. 

lunes, 14 de marzo de 2016

DON FLORENCIO

Nos hacemos eco de un artículo  de Antonio Monterroso, aparecido en EL DIARIO DE CÓRDOBA (28/10/01) y que se muestra en la Exposición "MAESTROS Y MAESTRAS DE NUESTRAS VIDAS", de la Asociación LA TRIBU EDUCA. Una semblanza del director que da nombre a nuestro centro D. FLORENCIO PINTADO.



El artículo es el siguiente:

DON FLORENCIO

 Tras una guerra de la que más o menos logró salir indemne, para librar la batalla diaria del sustento, Don Florencio eligió la profesión de enseñar en unas tierras donde se ganó a pulso el pan y el respeto. En jornadas agotadoras,  con las Matemáticas siempre a cuestas, peregrinó a lomos de una Peugeot por todos los caminos de la sierra cordobesa, de Villanueva de Córdoba a Azuaga, hasta llegar a convertirse en un profesor de leyenda.
Arriesgado inversor en acciones vida – consiguió amasar un magnífico capital de diez hijos –, los números rojos iluminaban cada final de mes su cuenta corriente. Él que tantos números hizo a lo largo de su existencia no logró dominar del todo el lenguaje matemático de las cajas de ahorros.Firme defensor del esfuerzo como motor del progreso humano, luchando contra viento y marea, convirtió una maltrecha Escuela del Trabajo de Peñarroya, en un referente ejemplar de la Formación Profesional de nuestra por entonces maltrecha España. Hoy esa Escuela lleva el nombre de Florencio Pintado. Él, que hasta donde pudo rehuyó agasajos, ostentó esa distinción con el mayor orgullo.
Cofrade supernumerario de la hermandad de la difícil sencillez humana, supo ganarse un lugar en el corazón de aquellos con quienes trataba. Ávido de saberes, nada de lo que pasaba en este mundo convulso pasaba desapercibido ante su lúcida mirada. Aunque el paso del tiempo le proporcionó su ración inexorable de arrugas jamás se arrugó su ánimo y supo estar en el mundo y vivir la vida con la fe del optimista inteligente.
Por eso, a Don Florencio, así era conocido en toda Peñarroya, partidario convicto y confeso de la vida, le costó morirse, sobre todo porque a sus ochenta y cuatro años ni por un asomo pensó perderse todo lo que la ciencia anuncia para el nuevo siglo. Adicto a la inteligencia en cualquiera de los campos en que, frente a la sinrazón, ésta se manifestase, por más méritos profesionales que alcanzó, por más elevado que fue el reconocimiento público que obtuvo, su mayor galardón fue ser siempre y en toda circunstancia una persona buena. Una persona buena que no fue querida sino venerada por su familia.
Y para que conste allí donde proceda, así lo afirmo.
Antonio Monterroso

28/10/01