Importancia
de la educación y del maestro.
Viejos
maestros peñarriblenses
en
el recuerdo.
Por
Jerónimo López Mohedano
Maestro
y Cronista Oficial de Peñarroya-Pueblonuevo.
Señoras,
señores:
Hace
años escuché en un programa de radio a un maestro sudamericano que
contaba su participación en un curso para estandarizar la educación
mediante la preparación de una suerte de maestros automáticos, con
una novedosa formación que les permitiera enseñar cualquier materia
a cualquier nivel entregándoseles un programa y con el entrenamiento
recibido desarrollarían un curso standard. Serían el paso previo
antes de la introducción en las aulas de máquinas de enseñar, de
los robots educativos.
Lo
que me llevó a recordar al ordenador perfecto imaginado por Arthur
C. Clarke, el escritor norteamericano, para su novela “2001: una
odisea del espacio”. La computadora HAL 9000, encargada de
supervisar las funciones vitales de la nave Discovery y con un único
objetivo: conseguir el éxito de la misión. Era un cerebro
artificial educado como a un niño, pero de una manera mucho más
rápida y precisa, puesto que sus circuitos no pueden equivocarse en
los cálculos, programado para hablar y expresarse y al que se le
supone capacidad de sentir. Cuando tiene que enfrentarse a
contradicciones morales plenamente humanas, como es la necesidad de
elección entre su propia existencia y el éxito de misión, la
máquina pierde el control sobre sí misma y se comporta tan
neuróticamente como lo haría una persona, perdiendo así ese valor
de perfección que se le otorgaba.
Aunque
no me atreva a negar categóricamente la posibilidad de que una
computadora pueda, en un futuro más o menos lejano, llegar a poseer
una identidad y sentimientos que puedan habilitarla como maestra -es
bien sabido “que
hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad”
como cantaba el pícaro D. Hilarión en uno de los pasajes de la
zarzuela “La verbena de la Paloma”- ahí queda esa puerta abierta.
Así,
pues no me extrañó el reconocimiento del fracaso del intento y de
los posteriores realizados, que siguiendo en los terrenos de
ciencia-ficción solo podrían ser exitosos en el caso de la
implantación de un chip de conocimiento compatible con la humanidad
del portador, esto es, en el caso de la creación de una especie de
ciborg o híbrido entre hombre y máquina que aunase las ventajas de
ambos componentes-. Creo que incluso aunque llegase un día en el que
la inteligencia artificial robótica alcanzase complejidades
similares a las del cerebro humano las máquinas servirían para
instruir y supervisar la adquisición de conocimientos y destrezas,
pero no para educar con el sentido que entendemos esta palabra pues
la educación es fundamentalmente un proceso de socialización, es la
influencia consciente y ordenada ejercida sobre otras personas para
formarlas y desarrollarlas transmitiendo la cultura dominante, pero
sin cerrarla a la natural evolución de la sociedad.
La
educación es un arma poderosa y transformadora –el
otro nombre de la libertad,
en expresión del actual Presidente de la República Dominicana
Danilo Medina- si se ejerce por auténticos educadores, por personas
que tienen algo de iluminados, de poseídos por un alto sentido de
la vida y de la sociedad que los hace capaces de desempeñar no solo
un oficio sino una vocación desde
la que realizar el misterio de la trasmisión del pensamiento, de la
sabiduría, de la experiencia que permitirá la evolución del
discente desde la ignorancia al conocimiento. Las
manos del maestro trabajan el material más delicado, el más puro,
el más bello y, a la vez, el más quebradizo: el de la misma persona
como ser social y libre.
Cuando
se quiere educar de una manera eficiente, hay que tener en cuenta que
lo hacemos desde la persona que es el docente, que se enseña más
con el ejemplo que con lo que se dice, que hay que ayudar al alumno a
construir pilares educativos basados en valores éticos y morales
generadores del respeto y la confianza mutuos, pero que les permita
dotarse de un espíritu crítico con el que ser capaces de opinar y
decidir de una manera participativa en los asuntos que afectan a la
vida en una sociedad democrática como es la que vivimos. Que hay que
ayudarles a crear unos hábitos de orden y de estudio que les
permitan forjar un carácter sólido y disciplinado. Que es
fundamental desarrollar en el discente la autoestima, pues en su vida
le ayudará a superar las situaciones de frustración o riesgo
proporcionándole seguridad personal en sus relaciones con los demás,
de ahí la gran importancia del docente en la educación.
Por
esto el proceso educativo es un encuentro vital
mutuamente
influyente, dinámico y afectivo entre maestro y alumno que
necesariamente produce un cambio en los dos. El docente no es sólo
un técnico y mucho menos un simple funcionario, pues la enseñanza
es una práctica de comunicación e intercambio social cuya función
no queda encerrada y finaliza entre los muros del centro educativo,
una función que necesita del intercambio vital que se produce con el
conocimiento de las familias -y el respeto hacia su labor-, con la
contribución organizada y cooperadora de todo el barrio o el
municipio, puesto que la escuela ha de ser el centro de una
comunidad de aprendizaje de la que los docentes son el elemento
clave, pues son ellos, y no las leyes, los
que realmente propician los cambios, son ellos los que hacen las
reformas educativas reales, no los llamados expertos y políticos de
las LGE, LOECES, LODE, LOGSE, LOPEG, LOCE, LOE y LOMCE que tan
interesada como oportunistamente se han promulgado casi con cada
cambio de gobierno ignorando el sentido de Estado que debería
mantener la Educación Pública y los intereses del país.
Siendo
realista, aunque la enseñanza sea uno de los motores del cambio y
del progreso social, estos no son solo una cuestión de iniciativa,
esfuerzo, tiempo y voluntarismo individuales por parte de los
docentes, sino que también requieren saber cómo hacerlo y cuál es
el resultado esperado. Y eso es algo difícil de establecer en
solitario por lo que, sin duda, necesitará para conseguir la mayor
efectividad del concurso de otros muchos condicionantes favorables
como pueden ser la existencia de una visión compartida, la acción
de un grupo comprometido o la presencia de recursos y conocimientos
adecuados que ofrezcan herramientas y criterios capaces de
transformar las aulas, y con ellas a los futuros ciudadanos críticos
y preparados para evolucionar con sus tiempos, superando la habitual
cultura escolar tan tendente a la inmovilidad.
Hay
que confiar en los maestros y profesores como educadores genuinos y
demandarles la mejor formación profesional, que tengan un nivel
cultural bastante alto, que sean honestos y ganen un sueldo digno de
la gran función que la colectividad les encomienda de tal manera que
nadie, llámese Estado, municipio o sociedad, pueda despojarles de su
dignidad.
Por
esto resulta triste saber que el Tribunal Supremo ha ratificado en
estos primeros días de marzo la constitucionalidad de los recortes
que han llevado a cabo los últimos gobiernos en Educación nos solo
en infraestructuras como edificios y otras instalaciones, sino en la
inclusión de nuevas tecnologías, aumento de la ratio en el aula,
en el reciclado profesoral y en su renovación generacional desde
años atrás, ignorando deliberadamente que las inversiones en
Educación y en Sanidad son siempre las más rentables a medio y
largo plazo, aunque no den unos réditos electorales inmediatos,
recortes por los que vamos a pagar a un alto precio en un futuro,
pues siempre es más difícil reconstruir que derribar un edificio.
Lo que me lleva a recordar ese desesperanzador “España
es así”
y quiero referir entre nuestros antecedentes históricos un par de
anécdotas significativas de este país que sin justificarlo pueden a
ayudar a entenderlo:
El
10 de febrero de 1623 el rey Felipe Cuarto, en el contexto de la
crisis que vivía el Imperio español, ordenaba el cierre de las
Escuelas de Gramática en los pueblos de más de 300 habitantes
porque “Hay
que quitar a la gente plebeya la ocasión de valer por medio de las
letras”.
En estas escuelas se continuaban las enseñanzas de las de
“latinidad”, solo para varones de 8 a 9 años, (y en las que se
prohibió la asistencia a los expósitos, desamparados o huérfanos)
y se terminaban a los 17 años tras lo que se podía seguir estudios
en la Universidad. Con estas medidas, que debían afectar a unas
cuatro mil escuelas y que la falta de recursos y la caótica
administración de los Austrias no fue capaz de llevar a cabo
completamente, se pretendía disponer de mano de obra abundante y
barata para atender actividades productivas como la agricultura, la
ganadería o las manufacturas y a las necesidades de la marinería.
La enseñanza en España, que era similar a la de la Europa de su
tiempo, perderá el paso y explicará su retraso en el inmediato
siglo de la Ilustración.
La
anécdota positiva no va ser el muy conocido y estudiado intento de
regeneración y dignificación de la enseñanza llevado a cabo por
la Segunda República en los años treinta del pasado siglo, sino uno
casi tan efímero y mucho más desconocido, el primero que sentaría
las bases de la educación pública en España organizando la
formación de los maestros con un sistema de escuelas primarias, de
liceos preparatorios para la universidad y de ateneos donde se debía
preparar la población adulta, un sistema en el que se ordenaba que
tanto los niños como las niñas estudiaran en igualdad de
condiciones las mismas materias. Y para sacar adelante estas
avanzadas reformas además de ilusiones se pusieron recursos durante
los difíciles siete años que duró. Sus autores, los afrancesados
ministros del denostado José I, el rey Intruso. Sus bondades fueron
recogidas en el artículo noveno sobre la Instrucción Pública de la
Constitución de Cádiz de 1812, aunque excluyendo a las niñas,
pero duraron el tiempo que el rey felón, Fernando VII, tardó en
utilizar el Manifiesto de los Persas a su nefasto regreso al trono
en1814 para restaurar el absolutismo.
Y
es que vivimos en una sociedad que al par que se iba desarrollando en
poder económico, antes de que el estallido de la burbuja económica
nos devolviera a una imagen más real de la que nos habíamos forjado
tan ilusoriamente, ha ido perdiendo sus referentes éticos,
devaluando valores fundamentales y cediendo ante los efímeros. Lo
importante no es el ser, es el consumir y el parecer. Los docentes
han dejado de ser figuras públicas en sus comunidades o fuera de
ellas, a pesar de su importancia como agentes sociales formadores y
de cultura. Se han replegado en general sobre sí mismos, sobre sus
centros y han cedido su voz en unos medios de comunicación en los
que solo se oye lo fugaz a políticos y expertos interesados.
Muy
lejos quedan aquellos tiempos en los que un padre como
Bashir,
aquel paquistaní jefe de la pequeña comunidad establecida en
Peñarroya-Pueblonuevo en los años setenta tras la guerra
indo-paquistaní, llegaba a la escuela y te decía casi con unción a
propósito de la educación de su hija:
- Usted es su padre en el colegio. Lo que haga será como si yo lo hiciera.
Revelaba
el respeto y la consideración que este hombre y su cultura tenían
por la labor del docente. No se piden estos actos de fe, pero sí
sería bueno buscar un contexto ajustado a este tiempo del siglo XXI
que permitan un fructífero entendimiento entre la familia y los
maestros, capaz de reconocer la dura, la difícil labor docente y
permita una la dignificación real de estos, tan necesaria en
nuestra sociedad no solo por él mismo, sino para el alumno que sigue
necesitando de disponer de otros referentes más fiables para su
desarrollo personal y social que los que les ofrecen los triunfadores
efímeros en las redes sociales o en la televisión.
Porque
la huella que han dejado los docentes apenas se percibe, pues se va
desvaneciendo con el recuerdo de quienes un día fueron sus alumnos o
de quienes los conocieron que, cuando desaparecen hacen que se
extingan sus legados, si alguien interesado no los ha preservado. Se
trata pues, de una suerte de memoria inmaterial que es más fácil de
salvaguardar cuando los docentes también han destacado en otras
actividades públicas o sociales como la política, la literaria o a
la investigación, actividades que siempre desarrollaron de una
manera paralela a su labor en las aulas.
Basta
mirar la escuálida presencia de docentes en el callejero
peñarriblense para hacerse una idea de su consideración social en
la vida ciudadana: la dedicada a D. Aurelio Sánchez, como el primer
maestro de la Villa de Pueblonuevo del Terrible, llegado a la aldea
en la segunda mitad del siglo XIX y jubilado forzosamente al cumplir
los setenta años, a pesar de sus vanos intentos por evitarlo, en el
verano de 1914. Su nombre también lo lleva el primero de los dos
modernos grupos escolares que se hicieron en Peñarroya-Pueblonuevo
durante la Dictadura de Primo de Rivera. El “Maestro José
Torrellas”, a iniciativa de un alcalde que fuera alumno suyo, en
recuerdo a este competente profesional cordobés llegado en tiempos
republicanos maestro nacional, y de bachilleres y estudiantes de
magisterio en la prestigiosa Academia Cervantes. Por último la
avenida “Profesor Navarro Rincón”, homenaje al maestro burgalés
reconvertido en profesor del Instituto de Enseñanza Media “Alto
Guadiato” y último alcalde de la dictadura, llegado a estas
tierras en los años sesenta. Caso distinto, es el nombre del IES
“Florencio Pintado”, en reconocimiento de este profesor
licenciado en Químicas y matemático, padre de 10 hijos, que
desarrolló su ingente labor en las academias “Santo Tomás de
Aquino” y “Cervantes”, además de la entonces Escuela del
Trabajo, en la que desde la dirección transformó en la nueva
Escuela de Formación Profesional, que es actualmente el segundo de
los institutos
de enseñanza secundaria peñarriblenses. Nombrado Coordinador
provincial de Formación Profesional en los años 70, su prestigio
como docente y organizador, y la excelencia de la labor llevada a
cabo en Córdoba hizo que fuera el único de cincuenta coordinadores
existentes en España que se mantuviera en su cargo al llegar al
gobierno la UCD en 1978.