La
llegada de los primeros franceses a Peñarroya–Pueblonuevo en 1810
Los primeros franceses de los
que se tienen noticia en el Valle del Guadiato, fueron los integrantes de los
ejércitos napoleónicos llegados después de la segunda toma de Córdoba en 1810,
tras la que dividieron el norte de la provincia de dos Partidos Militares de 4ª
clase, los de Belalcázar y Espiel, este último con jurisdicción sobre las
villas de Belmez y sus aldeas una de las cuales era la de Peñarroya; Fuente
Obejuna y las suyas; Villanueva del Rey y Valsequillo. Establecieron
guarniciones en Espiel, Belmez –donde también acondicionaron el castillo- y
Fuente Obejuna. Derrotados por las fuerzas anglo españolas procedentes de
Portugal, los franceses no volverían a estas tierras hasta mediados del siglo
XIX, con ocasión del periodo llamado de la fiebre del carbón, que se vivió entonces. Esta vez con los técnicos y
el capital (franco-belga) necesarios para explotar los yacimientos de carbón,
hierro y otros metales y
para construir los ferrocarriles que permitieran su exportación hacia la
capital de España o hacia el
importante puerto de Málaga.
La necesidad de instalarse en
las cercanías de las explotaciones al no existir carreteras y caminos adecuados
en la zona, así como la débil infraestructura urbana de las poblaciones
cercanas, hizo que las empresas explotadoras se planteasen la necesidad de
construir viviendas dignas para sus ingenieros, técnicos y altos empleados que,
en el caso del entonces Pueblonuevo del Terrible, aldea belmezana, se
tradujeron en el proyecto que la Société Houlliére et Métallurgique de Belmez
llevó a cabo a partir de 1882 –cuando apenas daba sus primeros pasos la recién
creada Société Minière y Métallurgique de Peñarroya en París, la SMMP- sobre la
dehesa de Navapandero. Se trataba de construir, en el contexto tan en boga en la
época, edificaciones del tipo «Ciudad-Jardín» -por lo que este barrio sería
conocido popularmente como Los Jardines
entre los peñarriblenses- con tres tipos de viviendas siguiendo un esquema que
se repetiría frecuentemente: edificaciones exentas, aisladas o pareadas, y con
su eje longitudinal cruzándose en vertical, que se destinarían a ser ocupadas
por empleados según su importancia en el organigrama empresarial. Estaban
ajardinadas en su parte delantera, junto a las habitaciones consideradas como
más nobles de la vivienda: el salón y el comedor, que eran en las que se hacía
la vida social, quedando en la parte de atrás dormitorios y cocina, tras cuyos
muros existiría un patio y, en ocasiones, un enorme traspatio que se
convertiría en huerta y corral para la crianza de animales domésticos.
El agua para el consumo y el
riego, utilizable por la Colonia y poco más, no faltó desde la prolongación del
ferrocarril de Peñarroya pues la
conducción corría paralela a la
vía para suministrar las necesarias aguadas de las locomotoras de vapor- desde
los primeros años del pasado siglo XX. Luego se empleó también el agua no potable, proveniente de los pantanos
de San Pedro y del Guadiato construidos por la empresa durante la Gran Guerra,
ampliándose el suministro a buena parte de la población terriblense.
Mª Elsa Menéndez